La noche que me bannearon

No vine a ganar. Vine porque el silencio tras la última mano era más fuerte que cualquier premio. Me dijeron que el mahjong era estrategia, probabilidad, sistemas de recompensa. Pero vi algo más: en la luz tenue de esa mesa digital, escuché la respiración tranquila de quien dejó de jugar. No por perder. Por escuchar. Esto no era entretenimiento. Era terapia disfrazada de algoritmo. Cada ficha no fue suerte—fue memoria. Cada bonificación no fue incentivo—fue duelo a plena vista. Las fichas ‘Jinlong’? No eran dragones dorados—eran nanas susurradas por una madre que nunca aprendió a decir no.