La Noche que Me Bannearon

No vine a ganar. Vine porque las fichas susurraban cuando nadie miraba. Esa noche, mi cuenta fue suspendida. No por trampas, ni por exceso, sino por escribir 1200 palabras en la quietud entre manos — palabras que no encajaban en algoritmos, recompensas ni “honor” que intentaron venderme. Sentado solo en el piso alto de mi apartamento de Manhattan, la luz gris-azul filtrándose por las persianas como el crepúsculo sobre un libro viejo. Mi gato, ‘墨’, acurrucado a mi lado — silencioso, observador, indiferente a bonos o rachas. Ella sabía que no estaba aquí por beneficio.

Mahjong me enseñó esto: cada ficha es un recuerdo. Cada pausa es una respiración. El “dragón dorado” no está en el juego — está en tu duda antes de arriesgar otro intento. La “brisa de bambú” no viene de mecánicas — viene del silencio tras la pérdida.

Llamaron “gamificación”. Yo lo llamé duelo disfrazado de alegría.

Solía perseguir patrones de alto nivel — “Trece Huérfanos”, “Escalera Real” — creyendo que si esperaba suficiente, sería recompensado. Pero las recompensas no se dan; se ganan con presencia.

El RNG dijo que era azar. Pero mi corazón sabía mejor.

No existe justicia cuando tu alma se reduce a puntos de datos y tu paciencia se convierte en métrica.

Así que esta noche, en lugar de jugar otra vez… escribí. No por clics. No por compartidas. Pero porque el silencio recuerda lo que los algoritmos olvidan: no jugamos para escaparnos — jugamos para recordar quiénes fuimos antes de que el sistema intentara renombrarnos.

No necesitas más fichas. Solo necesitas un momento — para sentir lo que perdiste.