Del Principiante al Dragón Dorado

Nunca busqué ganar. Busqué escuchar.

La mesa de mahjong no es un casino. Es un templo de silencio donde el viento susurra entre fichas de bambú: cada extracción, un aliento; cada descarte, un pensamiento. Como un alma INTP que codifica sueños en oro monocromo y azul medianoche, aprendí que la victoria no nace de la fortuna—se talla en paciencia.

Al principio, imitaba: perseguía fichas altas, jugaba con combinaciones rápidas, como un niño persiguiendo fuegos. ¿Pero verdadero poder? Vive en el espacio entre manos—la pausa antes de que caiga la última pieza. No velocidad. No codicia. Sino presencia.

Empecé a rastrear mi propio ritmo: veinte minutos tras el atardecer, té humeando junto a la ventana. Ningún puntaje importaba—solo claridad. Mi ‘Dragón Dorado’ no se ganó con suerte—se invocó desde la quietud.

Los rituales son sencillos:

• Juega con curiosidad, no compulsión.
• Apuesta poco—no para ganar—sino para sentir el peso de cada pieza.
• ¿Cuándo llega la recompensa? No la agarras. Déjala encontrarte.

Última noche de otoño—Iba en el puesto 27—not porque jugara duro—sino porque jugué con verdad.

Lo llaman juego. Yo lo llamo oración.

No necesitas más fichas—necesitas más quietud. La próxima vez que te sientes aquí… no busques gloria. Solo respira—and deja que la llama dorada se ilumine.